Si la mitad de la gente
no lee (libros) nunca o casi nunca es por una razón poderosa:
no les gusta leer. Así, pum. Y si no les gusta es por algo. ¿Por qué? ¿Es por la manía de meter
'El Quijote' en
vena, por dar la brasa con los autores de bajona del 98? ¿Por plantear
durante décadas en la enseñanza una lista de lecturas obligatorias llena
de amores de los de llamar al 016 y
gente que habla muy raro?
¿Por imponer unos clásicos sólo porque son Importantes, mucho más que esa
mierda de literatura juvenil o de tebeos de muertos vivientes? Mira, no. Aunque
el daño ya está hecho
y los profesores cada día prestan más atención a la literatura juvenil,
aún tenemos que quitarnos mucho lastre de encima para fomentar la
lectura.
No es un problema sólo de la literatura en español. TES, el mayor
portal del mundo para profesores (con una comunidad de 7,9 millones de
maestros), planteó una encuesta entre sus miembros sobre
los 100 libros indispensables para los chavales. Y esto en el Reino Unido, donde los hábitos de lectura son superiores a los nuestros, según el último
Eurobarómetro: en 2013,
el 80% de los británicos leyeron al menos un libro, frente al 60% de los españoles.
¿Cuándo dejamos de leer?
La edad crítica de lectura se da durante la infancia y la adolescencia
en casi todos los países con enseñanza reglada. En España, los informes
de hábitos de lectura de la
Federación de Editores y del Ministerio de Educación demuestran que
nadie lee más que los jóvenes entre 14 y 19 años,
con un 90% de lectores. A partir de esa edad, los lectores de libros se
esfuman, hasta llegar a ese 60-65% de consumidores de “al menos un
libro al año”, que señalan los datos.
Por otro lado, los resultados de comprensión lectora del
último informe PISA publicado (2012)
nos dicen que no hay tanta diferencia de puntuación entre España (488
puntos), Reino Unido (499 puntos), y la media europea (489 puntos). Que
está muy bien hasta que ves que Irlanda y Finlandia se acercan a los 525
puntos. Leemos regular de jóvenes y lo vamos dejando en cuanto nos
hacemos adultos.
La lista TES pretende fomentar la lectura como puede, dejando de lado
los factores que no puede alterar: como la pasta invertida por
estudiante o el nivel socioeconómico de partida de los mismos, que están
bastante relacionados tanto con los resultados académicos, como con
la formación de hábitos culturales.
El resultado es una lista
encabezada por ‘1984’, de
George Orwell. En la que tienen cabida las trilogías de ‘Los Juegos del
Hambre’ (puesto 36) y ‘El Señor de los Anillos’ (19), ‘Juego de Tronos’
(76) o los cómics de ‘V de Vendetta’ de Alan Moore y Dave Lloyd
(empatados en el puesto 73 con ‘La campana de cristal’ de Sylvia Plath y
‘El retrato de Dorian Gray’, de Oscar Wilde). Una lista en la que no
está William Shakespeare.
Para los profesores anglosajones, leer
‘¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?’
o ‘La naranja mecánica’ es más importante para los chavales que
enamorarse trágicamente a traves de un acuario. Porque eso último lo van
a hacer igual, con o sin acuario.
Y porque da igual:
Shakespeare entra sí o sí en un sistema de exámenes que cuenta con unas “lecturas recomendadas” hasta cierto punto al libre albedrío de las escuelas. Donde
podemos encontrar desde el español
Carlos Ruíz Zafón hasta
Stephen King o
Chuck Palahniuk,
pasando por más o menos la mitad de los libros de la lista TES (entre
poetas cansinos como Robert Frost o Tennyson y libros-ladrillo como el
‘Ulises’ de Joyce. Los profesores de todo el mundo odian a los niños de
todo el mundo).
¿Tu yo estudiante del pasado siente envidia? El mío sí, y mucha. La
lista TES es un compendio de humor y fantasía (¡‘Mundodisco’, de Terry
Pratchett!); de nexos en común con la tele (el Sherlock Holmes de Conan
Doyle, para que comprueben de dónde viene el fenómeno Cumberbatch);
donde
Harry Potter ocupa los primeros puestos y le siguen libros contemporáneos o clásicos “digeribles”.
En España, las cosas están cambiando, por suerte: ya hay currículos que
incluyen al fenómeno juvenil Laura Gallego, que no rehuyen a Roald
Dahl, que prestan atención a lo que pueden querer leer los jóvenes y dar
menos el peñazo. Pero sigue habiendo
títulos inamovibles: 'El Quijote' tiene que estar, hay que imponerlo a una generación para la que
los gigantes ya no son molinos de viento.
O, y esto lo sabrá cualquiera que lo haya padecido, cierto libro de un
médico que se dedica a dar el peñazo con Kant y Schopenhauer, donde todo
el mundo lo pasa muy mal, y acaba con bebés muertos y suicidios por
bajona.
‘El árbol de la ciencia’ es una de las mayores torturas que se le pueden meter a un adolescente hormonado. Como para querer leer algo más de Pío Baroja en lo que le quede de vida.
Aunque las cosas están mejor que hace un par de décadas. Mis lecturas obligatorias eran tan, pero tan españolas que
Gabriel García Márquez era un párrafo
en un libro de literatura al que no llegaba nadie. Los autores
contemporáneos de 1970 en adelante apenas existían porque no daba
tiempo: se los habían comido poetas cursis (otra cosa que me hacía mucha
gracia: Rubén Darío no era español, sino nicaragüense, pero su “
así serían las princesas Disney si estuviesen tristes,
qué tendrán las princesas Disney” había que aprenderlo sí o sí);
autores pesados como ellos solos (con Azorín puedes construir un
rascacielos sin cimientos, que no se cae) o la puñetera Regenta.
¿Platero? No tiene nada que hacer frente a un gif de cabritas.
Por un lado, en el instituto y en el colegio se despreciaba
directamente el 100% de la lista TES por dos razones: no escribían en el
único idioma en el que había que estudiar literatura (sic) y, peor aún,
no hablaban de
comunidades de vecinos miserables (como
los de 'La Colmena'), no ripiaban las aventuras de un mercenario que un
día le daba al moro y otro al cristiano ('El Mío Cid', de profesión
freelance) y no se dedicaban a aplastar cualquier interés que pueda
tener un chaval de 15 ó 16 años.
¿Ciencia-ficción, fantasía, cómics? Eso “no es literatura”,
como me repetía con un alucinante aliento a Ducados un profesor con
mucho odio por cualquier cosa que no fuera llenar las pizarras con
análisis sintácticos.
Y la razón de esta lista: en la educación británica tampoco tienen suerte con sus ministros de Educación, porque en 2014
Michael Gove tuvo
un ramalazo patriótico:
a hacer puñetas la literatura estadounidense, el requisito de estudiar
“literatura de otras culturas” y todo lo que no fuese un Shakespeare,
una poesía “selecta”, una novela “de las islas” posterior a 1914 y un
tocho literario decimononesco -que eso último
a un inglés le da igual, porque lo petaban fuerte: aquí caben ‘Drácula’ o ‘La máquina del tiempo’ de Wells. Toma Regentas y ‘Episodios nacionales’-.
Pero sí, el momento en el que me di cuenta de que me estaban estafando:
‘El misterio de la cripta embrujada’, de Eduardo Mendoza, en el que
intentaron que pasásemos por encima de un par de páginas: donde
el protagonista, drogado de éter, se alucina un tiparrón en taparrabos
que le canta la canción del Cola-Cao. El único momento WTF de todo mi
programa obligatorio confirmaba el mensaje de la literatura que me
metieron en el instituto y el colegio: cuidado con divertirse leyendo.
Y sí, Cervantes y Shakespeare, son genios definitivos. No hace falta
meterlos por sonda nasogástrica a los futuros lectores. La lista TES,
con su ‘Guerra de los Mundos’, sus ‘Frankenstein’ y sus ‘Drácula’, tiene
clara una cosa: primero hay que crear lectores. Y ya llegarán a El
Quijote, si así lo consideran, o podrán
pasarse por el forro una lista de clásicos
escrita por gente muy ceñuda empeñada en defender un concepto, el canon
literario, que está más muerto que los autores que lo integran. En un
país donde el CIS revela que más de dos tercios de la población o no
leen o no superan los cuatro libros al año, lo mismo habría que
plantearse crear una lista parecida a ésta, más cercana al placer de
leer que a la obligación:
1. 1984, de George Orwell
2. Matar a un ruiseñor, de Harper Lee
3. Rebelión en la granja, de George Orwell
4. El señor de las moscas, de William Golding
5. De ratones y hombres, de John Steinbeck
6. Todo Harry Potter, de JK Rowling
7. Cuento de Navidad, de Charles Dickens
8. El guardián entre el centeno, de JD Salinger
9. Grandes esperanzas, de Charles Dickens
10. Orgullo y Prejuicio, de Jane Austen
11. El curioso incidente del perro a medianoche, de Mark Haddon
12. El chico del pijama a rayas, de John Boyne
13. Jane Eyre, de Charlotte Bronte
14. Un mundo feliz, de Aldous Huxley
15. Cumbres borrascosas, de Emily Bronte
16. Frankenstein, de Mary Shelley
17. La canción del cielo, de Sebastian Faulks
18. A Kestrel for a Knave, de Barry Hines
19. La trilogía de El Señor de los Anillos, de JRR Tolkien
20. Danny, campeón del mundo, de Roald Dahl
21. El gran Gatsby, de F Scott Fitzgerald
22. La ladrona de libros, de Markus Zusak
23. Cometas en el cielo, de Khaled Hosseini
24. La naranja mecánica, de Anthony Burgess
25. Pasaje a la india, de EM Forster
26. Private Peaceful, de Michael Morpurgo
27. El Hobbit, de JRR Tolkien
28. Un monstruo viene a verme, de Patrick Ness
29. Las aventuras de Huckleberry Finn, de Mark Twain
30. Hoyos, de Louis Sachar
31. Trampa 22, de Joseph Heller
32. La trilogía Noughts & Crosses, de Malorie Blackman
33. El extraño caso del Doctor Jekyll y el Señor Hyde, de Robert Louis Stevenson
34. Caballo de Batalla, de Michael Morpurgo
35. Expiación, de Ian McEwan
36. La trilogía de Los juegos del hambre, de Suzanne Collins
37. La materia oscura, de Philip Pullman
38. Drácula, de Bram Stoker
39. Fahrenheit 451, de Ray Bradbury
=40. Una habitación con vistas, de EM Forster
=40. Beloved, de Toni Morrison
42. Wonder, de RJ Palacio
43. Emma, de Jane Austen
44. Los viajes de Gulliver, de Jonathan Swift
=45. Medio sol amarillo, de Chimamanda Ngoxi Adichie
=45. El color púrpura, de Alice Walker
47. Oliver Twist, de Charles Dickens
48. Todo Sherlock Holmes, de Arthur Conan Doyle
49. Cider with Rosie, de Laurie Lee
50. Alguien voló sobre el nido del cuco, de Ken Kesey